sábado, 22 de enero de 2011

El Sabio






Llegó a la bahía hace algunos años en un barco casi hundido. Rozaba el desvanecimiento. Lucía bellas ropas, ahora inapropiadas, que dejaban ver de dónde venía, y caminaba de forma pausada y esforzada, a modo de costalero deseando cumplir, por fin, penitencia.
Me lo contaban hace unos días los lugareños, siempre con la retranca de la tierra, a pesar de que ellos también lo habían escuchado de otras bocas a lo largo de los años.

Nunca la vieron. Ni ellos, ni nadie... o casi nadie...
Tras desembarcar, se llevó muchos días rondando por el puerto. Los marineros tejían sus redes cada tarde y siempre tras una buena cuchara caliente, medicina contra todos los “mares”.
Sus caras. Morenas y marcadas por el mar, por la vejez – en unos más que en otros -, por envejecer en el mar, por aquella ola y por aquellas noches en vela recostados en la mecedora de la fuerte marejada.
Aquellas mismas caras y aquellos corazones tejidos durante años nudo a nudo, con tela de lona de las velas de un pesquero, se estremecieron a su paso como nunca lo habían hecho ante una tormenta o al ver la muerte cara a cara, con cresta blanca y siete metros de altura, demasiado poderosa para necesitar guadaña.
Pasaron los días en el puerto. Ella seguía vagando y muchos hombres no salieron a faenar en todo ese tiempo. Muchos de ellos no volverían a hacerlo nunca. 
Ella no comprendía lo que pasaba. Paseaba una y otra vez los mismos muelles y nadie la miraba, solamente se incomodaban a su paso y día tras día había cada vez menos gente.
Cuando aquello comenzó a parecerse a una flota fantasma de barcos inocentes, buscando éstos una corriente fugitiva que les alejase de tierra, ella decidió poner rumbo a la ciudad. Allí podría estar con gente, recordar así por qué había ido a parar allí y sobre todo vivir, aunque ese no era su problema...
...
Cuando llegó a la plaza todo enrareció. Los vendedores tiraban el pescado y huían entre voces que, por momentos, podían confundirse con lamentos. Los paseantes procuraban esconderse allí donde se veía una puerta abierta, puesto que todas se cerraban inesperadamente a cal y canto. Pero nadie la veía. Eso intuyó ella. Todos improvisaban miradas y actitudes entre ellos durante la locura, o lo que ella pensaba que era locura, pero nadie demostraba ningún tipo de atención hacia ella. De alguna forma la sentían o presentían pero la ignoraban, o mejor dicho, no la ignoraban, reaccionaban a ella con extraordinario pavor. No entendía por qué y seguía sin recordar.
Siguió por callejas, subiendo y bajando la ciudad vieja y al doblar cada esquina, su aparición era como un toque de queda en una ciudad sitiada. El sonido de las puertas cerrándose martilleaba sus oídos y sufría cada vez más, aunque de alguna forma, también le hacía más fuerte. No podía soportarlo, tenía que salir de allí, no comprendía nada. Sus propios sentimientos eran contradictorios.
...
Continuó caminando muchos días junto al mar, rodeada por parajes inimaginables de acantilados y destellos de olas que rompían contra pilares “percebeiros” y que renacían de nuevo, segundos después, allá a lo lejos, bajo el cielo vivo y gris, para volver a morir repetidamente. No dormía. Tenía miedo de hacerlo y perderse otra vez.
Cerca de allí tenía una choza un pescador. El día estaba encapotado y amenazaba tormenta. Todavía temprano, un niño dormía junto a él.
El pescador salió. Le gustaba sentir el aire en la frente en esos días; recordaba así las viejas jornadas en su barco, el que perdió tiempo atrás, yendo él a parar con la marea a una cala cercana, y dejando tras de sí una estela de vidas sin vida. Alguien le contó una vez que los restos del barco fueron trasladados a un puerto no muy lejano.
Volvió la vista para divisar los dominios del viento y por el camino la vio llegar. Él sí que la vio. Y le habló:
- He oído hablar de ti... antes del naufragio...
Ella se sobrecogió. Miró a su alrededor y comprobó que no había nadie más excepto ella y las pálidas huellas que dejaba tras de si. Al fin alguien podía verla, al fin alguien con quien hablar y empezar a recordar. Su cara se llenó de luz...
- ¡¡Ayúdame!!, dime quién soy, te lo ruego. ¿De dónde vengo?
Él sonrió resabiado...
- Siempre tan hija de puta. Intentas engañarme, ¿verdad?. Sé muy bien quién eres, no intentes esconderte, lo presiento...
La cara de ella oscureció de pronto. Se vio sorprendida y al oír aquello dejó repentinamente de sentir. Su corazón se quedó vacío y en ese momento comprendió todo y empezó a recordar.
Antes de llegar a asumirlo tuvo tiempo de encaramarse al acantilado y entregarse al vacío y luego al mar rocoso que se partía en pedazos allá en el fondo, ante los ojos atónitos del pescador.
...
El niño se despertó y preguntó:
- ¿Con quién hablabas?
- Con nadie rapaz. No era nadie...
El pescador pasó el día con el niño. Intentó contarle y enseñarle todo lo que el día dio de si. Quiso transmitirle todo lo que sabía y a la vez disfrutar de él y con él. Al final del día el niño cayó rendido y se durmió como si nada hubiese pasado o fuese a pasar.
Con el niño cerca de él y a la luz de un pequeño candil, el pescador abrió un viejo cuaderno, secuela de sus días embarcado, y empezó a escribir:
“Por lo general, la muerte se enfrenta con uno cara a cara y con todas sus armas en lo que podemos llamar un lance de honor. Te enfrentas a ella o mueres. Pero perdemos de todas formas porque cuando uno vence ese lance, después de la batalla, ella se queda confundida, aturdida, y amanece distraída en algún otro lugar, inconsciente de si misma.
Y a esa muerte ya no te puedes enfrentar, porque siempre llega por sorpresa. Hoy estuvo aquí y al saber quién era se tiró al mar y el mar la devolverá en alguna otra parte porque el mar es la vida y siempre devuelve lo que no le pertenece.”

Y se quedó dormido.
Al día siguiente despertó, al abrir los ojos deseó fervientemente ver el nuevo día, fue a la orilla y se mojó la cara con agua salada. Y de esta forma, feliz, fue corriendo a despertar a su niño...
...nunca despertó.
Se abrazó a él y lloró amargamente mucho tiempo. Luego, con las pocas fuerzas que le quedaban llevó el niño en brazos hasta la orilla y dejó reposar su cuerpo tendido en la arena. Esperó hasta que la marea fue subiendo y llevándose el cuerpo sin vida del niño mar adentro. Aquella noche volvió a escribir:
“Ayer estuvo aquí. Siempre que viene por sorpresa, tan distraída, nos demuestra fielmente lo injusta que es por naturaleza y de esta forma se lleva a quien no se tiene que llevar. La suerte no quiso jugar esta vez.”
Pasó su vida en la orilla esperando. Le confió su niño al mar, aguardando la alianza de la vida y la suerte y que así, el mar, se lo devolviese algún día, porque “siempre devuelve lo que no le pertenece”...
... pero algo, o alguien, había caído antes al mar y eso fue lo único que el mar le devolvió mientras esperaba. 


Un letal temporal en la noche le arrancó el soplo de vida que le quedaba. Intentó salvar sus pequeñas posesiones, aquellas que le podían hacer más llevadero el paso del tiempo sin su niño correteando por la playa. Pero no pudo...


... un golpe de mar segó su vida antes de que su vida pudiera recuperar ningún valor. Porque para él, ya no lo tenía.
... y fue la única forma de la que el mar, sabio, pudo acercarle de nuevo a su niño. Y aquel viejo cuaderno flota en alguna parte. Y en él, nadie volvió a escribir jamás...







miércoles, 12 de enero de 2011

Francis Brunn




Francis Brunn en el Trocadero de París.



En la postura que veis en la fotografía, así conocí a Francis Brunn, así me lo presentaron y así me dijo “ahora mismo estoy contigo”.
Lo extraño no era la postura, sino que pudiese hacerla siendo octogenario.
Francis Brunn fue un malabarista alemán, considerado por todos como el mejor de la historia, junto a Rastelli. Fue el hombre que superó todos los límites habidos hasta entonces en los números de malabares, y hasta hoy no ha sido superado.
Desde muy joven desarrolló su carrera en los Estados Unidos, llegando a alcanzar cotas de popularidad inimaginables en el mundo del circo y las variedades. Llegando a actuar durante años compartiendo escenario y amistad en Las Vegas con mitos como Frank Sinatra o Sammy Davis Jr.
Pero Francis iba más allá de todo eso. Era un artista en el sentido más amplio de la palabra, su imaginación y sus inquietudes artísticas no tenían límite.
Durante los años sesenta conoció a Carmen Amaya y a Antonio Ruiz en Nueva York. Esto le hizo enamorarse en el acto del flamenco y cambió su vida de alguna manera. 
Francis vio grandes similitudes entre el mundo del circo y el mundo del flamenco, sobre todo en la procedencia de ambos de culturas itinerantes y en los sentimientos más instintivos de estas dos formas de arte.
Desde que eso sucedió, en su mente empezó a fraguarse un espectáculo que pudiese unir estas dos culturas, y pasó su vida en busca de ese show perfecto.
Comenzó por sustituir, en su número, la música típica de circo por una guitarra flamenca por bulerías. Lo complementó incluyendo movimientos en su número más propios de un bailaor flamenco que de un  malabarista.
Pasaron los años y Francis siguió pensando en ese espectáculo, creando diferentes números en su cabeza partiendo de diversas fuentes de inspiración.
Toda una vida fraguando un espectáculo. Pero no podía ser de cualquier forma. Ese show tenía que llevarse a cabo con la gente ideal, los artistas, los técnicos, los productores que a él le diesen la confianza y sobre todo, que le tocasen el alma, porqué el sí, él sabía ver tu alma, él sabía quién eras solo con mirarte a los ojos.
En las olimpiadas del 92, en Barcelona, Francis estuvo en la ciudad condal actuando. Una noche, en un tablao barcelonés, Francis vio a un bailaor de cuya alma se enamoró. Era el Torombo, de Sevilla. Francis supo aquella noche quién iba a ser la base de ese espectáculo con el que llevaba soñando toda la vida.
Trató de hablar con él después de su actuación, pero el Torombo se había esfumado por la puerta de atrás y Francis no volvió a verlo.
Pasaron los años y Francis continuó su vida en Nueva York, y allá por el 97, ojeando el New York Times, se encontró con el camino de frente. Había una foto del Torombo, con un reportaje dedicado sobre el bailaor. Inmediatamente Francis se pone en contacto con la periodista que firmaba el reportaje, consigue la dirección del estudio del Torombo y con el primer avión se planta en Sevilla.
Cuando llega al estudio del Torombo se sienta en una esquinita a ver la clase y espera a que acabe para hablar con él. Ese fue el nacimiento del show “Incognito”.
Su entusiasmo se contagió rápidamente, el Torombo comenzó a juntar artistas flamencos para el espectáculo, todos ellos primeras figuras y todos ellos embaucados completamente por la personalidad de Francis desde un principio. Como hipnotizados.
En el año 99 yo estaba en Frankfurt, Alemania. Yo tocaba la guitarra flamenca amenudo con un chico llamado Raphael Brunn, también guitarrista flamenco. A veces me hablaba de su padre, pero tardé todavía un tiempo en conocerle. No entendía muy bien de dónde le venía la afición a la guitarra flamenca, puesto que él había nacido en Manhattan, vivía en Alemania y su padre era alemán y su madre rusa.
Francis tenía en Frankfurt una especie de segunda residencia. Iba muy amenudo debido a que en Frankfurt está el teatro de variedades Tiger Palast, posiblemente el mejor de Europa. Él lo había inaugurado años atrás y guardaba desde entonces una relación muy estrecha con sus propietarios, Margaretta Dillinger y Johnny Klinke.
Un día, después de nuestro ensayo mañanero, Raphael me dijo que fuera con él al Tiger Palast, donde su padre estaba ensayando, y que éste quería conocerme.
Allí sucedió el primer encuentro, como os contaba al principio. A partir de ahí, nuestra relación fue estrechándose, mi admiración crecía al mismo tiempo que su cariño hacia mi persona.
Pasé momentos con él fantásticos. Conocí a primeras figuras del mundo de las variedades, aprendí a apreciar ese arte en el que nunca antes me había fijado, compartí maravillosas conversaciones con él acerca del arte, de la música, del teatro, me abrió la mente hacia un fondo artístico que hasta entonces era algo utópico para mi, porque nunca había visto a nadie vivirlo con esa intensidad. Compartió conmigo anécdotas increíbles que no se pueden contar sobre su amistad con Frank Sinatra, Sammy Davis Jr., Dean Martin, Jeff Sheridan, Charles Chaplin y otros tantos...
Y llegado el momento me contó lo que se traía entre manos, el espectáculo que duraba una vida, e inmediatamente me hizo sentirme partícipe.
El espectáculo ya era un hecho, se iba a estrenar en la Ópera de Frankfurt, producido por el Tiger Palast y con un elenco de artistas inimaginable: Nathalie Enterline, acróbata, Oleg Issozimov, equilibrista, Van Porter y Robert Reed, tapdancers, El Torombo, Farruquito, Farruco, Jairo Barrull, José Maya, Oscar de los Reyes, La Toromba y Adela Campallo, bailaores, Martín Chico, Raúl el Perla y Juan del Gastor, guitarristas, El Vareta, Pepe de Pura, María Vizárraga, cantaores.



Tríptico del espectáculo "Incognito", de Francis Brunn.

Todo un torbellino de artistas, todos ellos los mejores del mundo, cada uno en su disciplina. Y en medio de todos ellos, yo.
Francis quiso que yo fuese el traductor de la compañía. Él no hablaba español, los flamencos no hablaban ni inglés ni alemán, y aquel show tenía tanto fondo espiritual que necesitaba a alguien que pudiera traducir todo el concepto durante los innumerables ensayos, además, ese alguien debería saber algo de flamenco y estar familiarizado con ambas partes porque debía hablar en términos que todos ellos comprendieran. Y él pensó que yo era el adecuado.
Fue mi primer trabajo en una producción, empecé de traductor y aprendí todo lo que pude. De repente me vi en la Ópera de Frankfurt y me convertí en una esponja.
Tres años después terminé de director de producción.
Fue sin duda el trabajo más difícil de mi vida, el más agotador mentalmente y físicamente, pero a su vez, el más espiritual y reconfortante.
Aprendí todo, Francis me lo enseñó todo.
Francis tenía sueños en la noche. Se despertaba y lo apuntaba todo en una libreta. Por las mañanas se levantaba y veía los apuntes, entonces nacía una nueva idea para el espectáculo, cada noche durante tres años. Cada día todo evolucionaba. A las diez de la mañana me llamaba y me contaba la idea en cuestión. No puedo registrar en mi mente todas las genialidades que escuché durante esas mañanas incontables.
No sé las cosas que aprendí en todo ese tiempo, no pasa un día de mi vida sin que algunas de sus enseñanzas me sirva para algo.
Lo que más me llamó la atención en su momento fue algo tan simple como genial. Cualquier artista, construye un número con un cierre y espera que en ese cierre el público aplauda. Especialmente los flamencos, nunca se ha visto un cierre de un baile sin aplauso.
Pues bien, la obsesión de Francis era la de mantener al público durante casi dos horas pegado a las butacas sin permitirle un solo hueco para el aplauso. Fue difícil convencer a los flamencos, pero finalmente se hizo.
El me dijo una vez: “¿Puedes imaginarte estar viendo un show tan brutal que estés deseando aplaudir y que lo que pasa en escena te lo impida? ¿Qué harías al terminar el show? Volverte loco. Pues bien, vamos a volverlos locos.”
El show fue algo indescriptible. Lo más auténtico que he visto nunca. Un éxito.
En el año 2002, poco después de la última representación, yo trasladé mi residencia a Madrid.
Algún tiempo después Francis entró en quirófano para una operación a priori sencilla, pero todo se complicó y fallecía el 28 de Mayo de 2004.
Aquella noche, bastante tarde, sonó el teléfono de mi casa en Madrid e inmediatamente sentí que algo ocurría. Era su hijo.
Francis me había llamado el día antes de la operación, me había contado varias nuevas ideas para el espectáculo y me hizo sentir seguro de que todo iba a ir bien y en poco tiempo estaríamos trabajando de nuevo.
Desde entonces le echo de menos. Echo de menos a la persona, al Francis que me miraba como el que mira a un hijo, que me comprendía con solo mirarme a los ojos, que me hacía sentir como el tipo más seguro del mundo porque estaba en sus manos y yo nunca dudé de sus manos, era malabarista y podía darle la vuelta a tu alma a su antojo.
Echo de menos toda la ilusión que me contagió en esos años, las Heineken que nos tomábamos, su forma de echarse el cigarrillo a la boca, precedida de equilibrismos varios.
Echo de menos a aquel que convertía la vida en arte y que me hizo partícipe de su vida y su arte. Echo de menos a un padre.
En aquella última llamada telefónica Francis me dijo que aunque hubiera encontrado a todos los artistas, aquel show nunca hubiese podido realizarse si no hubiera sido conmigo, porque decía que yo llegué a conocer más que él mismo el alma de ese espectáculo.
Yo solo doy gracias por haber podido ayudar con un granito de arena a forjar el sueño de la vida de un genio y por haber sido una pequeña parte de ella, igual que él fue gran parte de la mía.
Muchos años y muchísimos teatros después no piso un escenario sin acordarme de Francis Brunn y sin darle las gracias, porque él anda siempre por ahí, lo siento muchas veces, he sentido su mirada censurándome en algunos casos y su caminar a mi lado hablando en otros. Es muy probable que esté aquí sentado a mi lado ahora mismo. Puede que sea por eso la sensación de frío que me recorre después de hablar de todo esto.
Sea como sea, lo necesito por aquí rondando y mirándome y hablándome, porque si no lo tuviera conmigo no sería yo.
He dicho.


PD: Aquí os dejo un video de Francis Brunn en los años cincuenta en televisión, concretamente en el Show de Jack Benny, famoso actor cómico (Ser o no ser, 1942), que mantuvo su programa en antena de 1950 a 1965.



sábado, 8 de enero de 2011

Paco de Lucía


Con Paco en Bologna, Italia, trabajando en la producción se su gira. 2007.


Corría el año 1997. Yo trabajaba de camarero en un tablao español en Frankfurt, Alemania. Cada mes llegaba un cuadro flamenco de Jerez a tocar en el tablao y yo empezaba a sentirme realmente atraído por la guitarra flamenca.

Apenas me sonaba el nombre de Paco de Lucía. Durante mi vida en Galicia nunca se me había ocurrido escuchar flamenco. Y un día mis compañeros de trabajo, sabiendo que yo tocaba la guitarra, me dicen que hay un concierto de Paco en Mainz, una localidad cercana. 

Al principio me resistí. No estaba muy convencido de querer ir. Pero finalmente cedí a la presión y hoy en día no puedo estar más agradecido.

Teníamos entradas en fila 6. El recinto era una especie de nave industrial reconvertida a auditorio. Hacía frío. Me sentía incluso fuera de lugar. Y de repente, se obró el milagro.

Paco de Lucía salía al escenario en medio de la locura de los asistentes, una locura que yo todavía no comprendía. Se sentó en el centro, ajustó su micrófono a la distancia adecuada y ultimó la afinación para comenzar. Era un afinación que yo no conocía. Supe después que era la afinación para la Rondeña.

Comenzó a tocar, muy despacio. Jamás pensé que un sonido así pudiese salir de una guitarra española. Era casi corpóreo. La limpieza era increíble y la sensibilidad transmitida todavía mayor. El tema era la rondeña "Mi niño Curro".

Paco estaba solo en el escenario, con su guitarra, pero conforme pasaban los segundos yo iba convirtiéndome en la persona más sola del auditorio. Aquellas notas salidas de un alma estaban llevándome a la más absoluta abstracción, hasta que poco a poco me llevaron irremediablemente al llanto de emoción. Los pelos de punta.

Después de aquel tema todo prosiguió "in crescendo". Se fueron incorporando sus músicos, el histórico septeto con su hermano Ramón, Duquende, Jorge Pardo, Carles Benavent, Rubém Dantas, Joaquín Grilo y Juan Manuel Cañizares.

Mi más absoluta incredulidad crecía imparable. Estaba en el concierto que cambiaría mi forma de ver y de sentir la música.

Para alguien que aspira a tocar la guitarra no tiene precio ver a Paco y a Cañizares interpretando el Zyriab, contestándose el uno al otro con un virtuosismo, velocidad y sensibilidad nunca antes vistos.

Trece años después he visto a Paco en directo ocho veces, con diferentes formaciones, y ninguna de ellas a dejado de sorprenderme con algo, y ninguna de ellas he sido capaz de evitar el llanto durante la rondeña del comienzo. La escucho en el disco y no ocurre nada. La escucho en directo y me parte el alma.

En el descanso de aquel concierto encontramos a un representante de Conde Hermanos, la empresa de luthiers que había hecho la guitarra que estrenaba Paco aquella noche. Una de las personas que iba conmigo lo conocía de la feria de la música de Frankfurt.
Después de unas palabras con él nos propuso esperarnos después del concierto para conocer a Paco.

Y así fue. Nos lo presentó. Pero mi voz no estaba presente. Fui incapaz de articular palabra delante del maestro, del que pudimos apreciar que era un tipo fantástico también fuera del escenario. Llegado el momento nos hicimos la foto todos con Paco. Lamentablemente, la antigua cámara que llevábamos estaba al final del carrete, aquella era la ultima foto. Nada más disparar el carrete se rebobinó y aquella foto nunca salió.

Muchos años y varios conciertos después, en el 2007 se me contrató para trabajar en la producción italiana de la gira de Paco de Lucía. Primera fecha en Bologna. Pude pasar por fin un día cerca de Paco, entrar en su camerino y charlar detenidamente con él. Aguanté su cachodeíto con el hecho de estar con un gallego que tocaba flamenco. Y descubrí a un tipo increíble, que a pesar de estar en el más alto estatus de la música sigue estando comprometido con su arte, lejos de importarle un comino y dedicarse solo a tocar para coger billetes.
Durante el descanso del concierto yo lo esperaba en la puerta de camerinos. Cuando llegó, después de la primera parte, me preguntaba amargamente qué le pasaba al publico. Estaba preocupado por la fría reacción del mismo, en su mayoría políticos invitados al primer concierto de la gira que no sabían nada de nada, no tenían ni idea de lo que estaban viendo. Y Paco me decía "Es que yo así no puedo tocar bien", lo que provocaba mis carcajadas internas, porque, naturalmente, para mi Paco estaba haciendo algo inhumano con los dedos y mis pelos estaban como escarpias.
Él ignoraba que fuera del recinto, que era como un viejo claustro, había instaladas pantallas gigantes con miles de personas que sí sabían valorar aquello y que estaban volviéndose locos, como pudimos comprobar cuando salimos del recinto camino al restaurante para cenar.

Impresionaba también ver el magnánimo respeto de todo su grupo hacia el maestro. Cómo le hablaban, cómo le preguntaban cosas acerca de la época con Camarón. 
Mientras Paco le contaba a Chonchi Heredia algunos aspectos de la personalidad de Camarón, él estaba calentando los dedos justo antes de salir a escena, allí sentado a menos de un metro de mi y de mi mandíbula inferior, que viendo calentar a Paco llegó hasta el suelo varias veces, debido a la expresión de incredulidad.

Aquel día le conté a Paco lo que había pasado con aquella foto en el 97, se levantó de su silla en el camerino y dijo "Pues eso hay que solucionarlo ya". Salió del camerino, agarró al primero que vio con una cámara y le "ordenó" hacernos la foto que podéis ver arriba.

Hablé de muchas cosas con Paco aquella tarde, observé su comportamiento y aprendí que es lo que le hace más grande todavía, pero de todas esas cosas me quedo con algo que me dijo que me hizo reír a carcajadas. Estábamos en su camerino y entró su manager en Europa, Michael Stein, con el que yo había trabajado en otros proyectos años atrás en Alemania. Nos miraba incrédulo a los dos hablando en alemán. Y cuando Michael salió me miró y dijo:

- A ver... osea que tú eres gallego... pero vives en Jerez... tocas la guitarra flamenca... y por lo visto hablas alemán perfecto... y vienes a Italia a trabajar en mi producción...

Hizo una pausa... le pegó un bocado a un croissant del catering.... y sentenció:

- Y yo que creía que lo había visto todo...

No sé si en algún momento de mi vida he disfrutado más y sido más feliz que aquel día.

Paco es el artista más grande que conozco. No he visto a nadie superior técnicamente ni creativamente.
Sus composiciones trascienden el flamenco y han revolucionado la forma de entender el instrumento.
Nos ha hecho conocer sentimientos desconocidos hasta ahora.
Su música nos ha hecho entender a muchos muchas cosas. Su alma nos ha invadido y en muchos casos, una sola nota de Paco ha roto la nuestra.
Paco es la genialidad en toda la extensión de la palabra.

A mi me cambió la vida y mi forma de sentir la música en general. Aquel día de noviembre del 97 decidí que me iba a dedicar a esto.

Por todo ello y muchas otras cosas que no soy capaz de expresar con palabras, gracias Paco y gracias Maestro.

He dicho.


PD: No se te vaya a pasar por la imaginación retirarte, que te queda mucha guerra que dar todavía.






martes, 4 de enero de 2011

Tiburón no hay más que uno...




El tiburón en cuestión.

Pues eso, tiburón no hay más que uno y a ti te encontré en Bastiagueiro...

Fue lo primero que se me pasó por la cabeza cuando leí el artículo de ayer de La Voz de Galicia, que informaba de la aparición de un tiburón muerto varado en la playa de Santa Cristina en La Coruña. Tampoco pude evitar recordar la peli de Spielberg.

Se había visto, en días anteriores, herido y nadando por la playa de Bastiagueiro, provocando según parece varias escenas tensas entre bañistas, surfistas y parroquianos.

A su vez, sorprende la frialdad de alguna de las personas que estaban en el agua cuando aparece el tiburón, que incluso llegan a proponer volver a la orilla rodeándolo, lejos de ser presas del pánico.

¿Son así de valientes o se tiraron el rollo cuándo llegó el periodista a preguntar? Porque evidentemente, poca gente no se acojona cuando ve un tiburón de tres metros, a no ser que sepan mucho pero mucho del tema, cosa que dudo. No me creo que los bañistas en cuestión se quedasen mirando al bicho y preguntándose si sería un tiburón peregrino, un marrajo común, un tiburón tigre u otras muchas posibilidades. Y planteándose si tenía hambre o no.

Por lo visto el animal estaba enfermo y herido y llegó a estas costas en busca de aguas más tranquilas y menos profundas para morir.

Más allá de la historia, no deja de ser curioso que elija morir en Santa Cristina, en cuyos pubs y discotecas se ha bailado durante años al son de "Ahí está, se la llevó el tiburón, el tiburón".

Sí, sí, Santa Cristina, tierra de noches repletas de escualos durante años. Cuántas relaciones rotas en esas discotecas habrán visto ahora un sentido a todo, por aquello que decía Woody Allen: "La relaciones entre dos personas son como los tiburones. Han de nadar hacia adelante o mueren. Y lo que tenemos entre manos es un tiburón muerto".

Creo que a pesar de este hallazgo, estamos en condiciones de afirmar que en Santa Cristina es más probable encontrar tiburones fuera del agua que dentro. Sobre todo por las noches.
Eso sí, funciona como cualquier otro acuario; si quieres entrar en algún sitio y ver la gran variedad de peces escualos tienes que pagar. Durante tu paseo por las instalaciones vas acompañado todo el tiempo de alguna música infame. Cualquier consumición que tomes en ese lugar dedicado a la didáctica del mar te cuesta el doble que en cualquier otro sitio. Y por lo general no se permite que alimentes a los animales, exceptuando algunos "acuarios" de dudosa reputación.
La única diferencia es que la fauna no se encuentra detrás de una cristalera, con lo que estás mucho más expuesto.

Quizás nuestro pobre animal acudió allí por ser un cementerio de tiburones. Propóngo que se realicen investigaciones al respecto.

Seguramente se confirmaría la gran presencia de la especie en todas sus variedades, e incluso su convivencia con otras especies como la marmota, también muy habitual.

Posiblemente la única variedad de tiburón que no aparecería sería la del gran tiburón blanco, pero de esa ya tenemos suficiente representación en las oficinas de los ayuntamientos.

He dicho.