martes, 20 de septiembre de 2011

Need a jazz set





Las once y media. Noche cerrada, ni luna ni viento. Calma. Justo lo que necesitaba después de aquellos días. Mierda, no hay hielo. Bueno, a Butch no le importaba tomarlo solo de vez en cuando, pero habría que apurar una botella de las buenas. Aquella era una de cien dólares. Ya le quedaba poco, solía quedarse sin hielo a menudo, quizá a propósito. Vaso ancho y en el fondo lo justo para entonar y relajarse disfrutándolo. Ese aroma a madera… pocas cosas mejores.
Pero tendría que levantarse de nuevo del sillón. En esas circunstancias siempre hace falta un hombro en el que llorar. El listado era amplio; no eran nombres de putas, eran discos. La mayoría de las carátulas estaban demasiado hechas polvo para  poder distinguirlas (aunque menos que las putas de aquella ciudad), así que seguían una numeración. El 71... Charlie Parker, buena elección. Necesitaba un disco que no le hiciera volver a levantarse en un buen rato y Birdie era de los pocos que lo conseguía.
Charlie tocando Summertime, de Gershwin, 1949, y aquel aroma a madera rozando sus labios… pocas cosa mejores.
1987 estaba siendo un buen año para él, hasta hacía tres días. Butch se había quedado en los años cuarenta. Creo que su gabardina formaba parte del reparto de Casablanca. Por eso le jodía haberla dejado en París. Maldito viaje, en tres días allí lo había perdido todo. Y Charlie tocando April in Paris, como si Butch no estuviese bastante jodido. Lo último que quería era oír hablar de esa ciudad de mierda. Qué se puede decir de un sitio donde el mayor evento del año lo conforman un montón de tíos en bici. Para Butch, la bici era un invento inútil, en ella no se podía transportar un contrabajo, exceptuando que fueras muy habilidoso, y no era el caso. Lo único habilidoso en su caso eran los dedos, y eso siempre y cuando sus posaderas pudiesen reposar en un taburete. Mierda, de pie no era capaz ni de tocar cuatro compases.
Butch pensaba en su vida como en una larga actuación en un buen antro. Decía que con todo lo que había pasado solo le faltaba una máquina de humo sujeta al tobillo como una bola de preso, para dar ambiente. Yo doy fe de que arrimarse a él era una sensación bastante parecida, pero nunca se lo dije a la cara. 
Era buen tipo pero podía matar si le daban un contrabajo sin un puente de jazz. Para tocar así tendría que tener un taburete muy bueno. Una noche le quitó las cuerdas a un contrabajo, cogió el puente y le cortó la base con una navaja. Al terminar la actuación le pidió al dueño del contrabajo que le pagara. Le habían dado una mierda y él le devolvía un instrumento de verdad. Poca gente entendía sus razonamientos e incluso le habían costado varias palizas. En aquella ocasión su gabardina sufrió un serio revés. Uno más.
Acababa de llegar del aeropuerto. Nueva York, joder, aquello ya no era lo mismo. Muchos años de trabajo le habían dado aquella casa en el Village, aunque una vez dentro se parecía más a un apartamento de Harlem, cuando todavía se le podía llamar  Harlem y en tiempos en los que no había jugueterías en la calle 42.
Todo era viejo allí. Y casi todo lo que se veía eran fotos. No podía no tenerlas cerca. Era lo único que no había perdido en París, los recuerdos. A su edad, eso era mucho. 83 años de miserias y lujos tardíos. Aunque los días de comodidad no habían sido los mejores, que va.
Miraba alrededor y veía sus fotos cuando tocaba con Count Basie. Joder, que hambre. Y aquella noche tocando con Sarah Vaughan en el Mr. Kelly’s, era 1957, Sarah era increíble pero él solo quería terminar para comer caliente después de seis días. Algo solo soportable a base de opio, del bueno eso sí. Mercury Records pagaría bien, habría para comer caliente varias semanas. Y si todo salía bien, una pequeña gira con Sarah, pero eso ya era mucho pedir.
Butch ni siquiera se dio cuenta de cómo se convirtió en una leyenda del jazz. Aquella música que antaño solo apreciaban unos cuantos esclavos se había convertido en el sonido de la vanguardia de la intelectualidad europea. Esa gente pedante y estúpida pagaba barbaridades por ver a dinosaurios como él dar dos notas. Y lo peor era que había que darlas, aún sabiendo que aquellos tipos no entendían una mierda. Tocabas sin motivación, pero al terminar siempre había algún blanquito gilipollas que se acercaba a decirte que nunca había visto nada igual. Y uno pensaba en qué hubiera dicho si me hubiese escuchado aquella noche con Duke, hacía más de 30 años, y hasta el culo de heroína.
Tras muchos años vinieron las giras, los festivales por todo el mundo, el reconocimiento. Hey, el nombre de uno en las enciclopedias y en boca de los críticos cada vez que éstos aludían a alguna actuación histórica.
Aquella visita a París había sido su último viaje. No volvería a coger un avión después de haber perdido su gabardina.
………..
Cinco días antes estaba en el aeropuerto de Nueva York, dispuesto para viajar a otro festival. Gabardina en mano, pantalones de pana y un viejo chaleco sobre una camisa de esas caras que a veces le regalaban sus compañeros de banda. Él odiaba esas camisas. Joder, él no era ningún abogado con despacho en  Park Avenue.
Volaba a París vía Londres. Si por él fuera se quedaría en Londres. Era un sitio bastante más interesante y de paso evitaría las 4 horas de espera para el siguiente vuelo a París.
Todo lo que fueran esperas en los aeropuertos se le hacía insoportable, más o menos como a cualquiera, con la diferencia de que él se castigaba pensando en qué clase de contrabajo se encontraría en el destino, si es que después de verlo podía seguir llamándolo contrabajo.
Viajaba solo, a él le gustaba así, lo prefería. El avión salía puntual y las azafatas le trataban como un auténtico anciano. A él no le gustaba ser grosero pero le gustaría buscar la manera de convencerlas de que aún estaba en forma. 
A pesar de ser una leyenda, viajaba en clase turista. Los organizadores eran demasiado rácanos y no le pagarían primera clase ni al mismísimo Quincy Jones. 
Se hizo muy largo el viaje, los años ya se notaban. París tampoco era un sitio que le motivase en exceso. En realidad hubiese preferido que el avión volara marcha atrás, aunque tampoco demasiado. Una cosa era que no le entusiasmara París y otra terminar en las playas de la costa oeste rodeado de retrasados… en fin, Butch nunca opinaba demasiado sobre lugares como Los Angeles o San Francisco. Cada vez que le preguntaban al respecto buscaba desesperadamente un trago antes de hablar y eso no era un buen comienzo.
A su llegada a París lo esperaba una delegación de la promotora del evento. Siempre la misma mierda. Cuatro tipos de corbata largando lo mismo de siempre. Es un orgullo y un placer tenerle aquí… ha tenido usted suerte porque hasta ayer llovía muchísimo (como si en Harlem jamás hubiese visto un charco)… seguro que le va a encantar la ciudad… bla bla bla…
Butch no quería ver París. Lo único que esperaba de esos cuatro imbéciles era que le llevasen al hotel. Seguro que el botones en cuestión era mucho más simpático.
Siempre solía ganarse la confianza de los botones en los hoteles. El botones de un hotel, según Butch, es mucho más importante que un presidente. Son los únicos tipos que había conocido que realmente lo tenían todo bajo control. Lo que sea, no tenías más que pedirlo.
Había estado muy pocas veces en París y no gozaba del privilegio de conocer a ningún botones. Se lo llevaron a un Hilton, en fin, no era lo suyo pero era una leyenda y tenía que cargar con eso. No se quejaría. Si lo hiciera perdería caché.
Durmió. Unas cuantas horas, hasta que lo despertó un teléfono, eran las siete de la tarde. Era la recepción, le informaban de que su cena estaría lista un par de horas después.
- No se molesten, cenaré fuera - dijo Butch con cierto tono de desprecio.
- Pero, señor Mellow, nos habían dicho que…
- Olvide lo que le habían dicho, cenaré fuera - interumpió Butch un poco agresivo.
- De acuerdo señor Mellow, necesita alguna cosa??? - preguntó el muchacho por cortesía.
- Necesitaré cambiar mis dólares cuando vaya a salir - a punto de llamarle mequetrefe, pero                             le pareció excesivo.
- Sin problema caballero, tendremos el cambio preparado.
- Muchas gracias.
No soportaba que nadie le organizase la existencia, odiaba todos esos horarios programados en los hoteles. Solo lo soportaba el día de actuación porque con el paso de los años había comprendido que era necesario.
Algo más de una hora más tarde bajó a recepción, cambió 600 dólares y se fue a hablar con el portero del hotel, o lo que era lo mismo, el botones de mayor rango. Ese que con solo mirarte sabía si querías una puta rubia o morena, europea o morenita, de las cariñosas o de las guerrilleras.
Butch ya estaba mayor para eso, pero a pesar de todo el tipo acertó con sus gustos.
Luego Butch le dijo que solo buscaba un sitio de su estilo para cenar y probablemente tomar una copa.
El portero llamó un Taxi, le indicó la dirección y le entregó una tarjeta a Butch.
- Enséñela allí cuando llegue, diga que va de mi parte y le tratarán como un auténtico parisino.
El tipo se llamaba Andrés Molina. Jodido español. A saber lo que entendía él como “auténtico parisino”. 
Al parar el taxi, Butch pagó la carrera, abrió la puerta y bajó del coche. La calle se parecía más a Queens que a París y justo delante de él había una puerta con un pequeño neón. Harried Soul. Sin duda aquel cabrón español sabía lo que él buscaba, sabía que no podría ser un auténtico parisino. Se lo sabría agraceder a la vuelta.
…………..
Se acercó a la puerta y en ella vió el cartel de su próxima actuacion. Sony Rollins, con la colaboración especial de Butch Mellow al contrabajo. Aquello era muy diferente a los viejos carteles en los que su nombre ni siquiera aparecía. Ahora casi figuraba en letras más grandes que el propio Sony.
Entró en el local. Era uno de esos antros oscuros que a él le encantaban. Dificilmente encontraría algo para comer en buen estado, pero tampoco iba a ser la primera vez que se iba a dormir solo con un par de tragos, sobre todo después de tremendo viaje en avión. Pidió una copa a la camarera, se sentó y empezó a sentir un cansancio repentino fuera de lo normal.
Pero su cabeza no descansaba. Aquel nombre, Harried, le provocaba sentimientos encontrados y no sabía…
- Hola Butch.
Mellow se frotaba la cara con las manos. Al oírla, las apartó y levantó la cabeza. La vio.
- Hola… Harried, qué vas a ofrecerme esta noche? - dijo Butch con los ojos llenos de esa esperanza tan peculiar.
- Ofrecerte Mellow…?? Te lo diré. Tu hermanita va a ofrecerte que muevas tu culo hasta tu casa inmediatamente.
- Oye, qué dices? Acabo de llegar de viaje y solo quiero…
- Viaje?? Escúchame viejo tarado - dijo Harried aparentando una falsa calma -, eres mi hermano pero eso no significa que tenga que aguantar tus borracheras día tras día. 
- Espera, tengo por aquí la tarjeta de Andrés - masculló Butch -, él me dijo que…
- Oh, sí, lo olvidaba, perdone usted, no había caído en que le envía… ese tipo con chistera que duerme bajo el toldo del motel - gritó finalmente Harried.
- Ok, me largo, mañana tengo que tocar y no quiero…
- Butch !!!!! - gritó histérica Harried -, no coges un contrabajo desde que te caíste y te rompiste la mano por intentar llevarlo en la bicicleta, tenías 25 años… Y déjame esa maldita gabardina, llevo años con náuseas cada vez que la veo - dijo mientras la enrollaba y la metía en la basura -. Menos mal que te regalé esa camisa, con ella pareces uno de esos abogados de Park Avenue, borracho, eso sí.
- Llámame un taxi… - intentaba decir Butch.
- Yo te llevaré - dijo Harried ignorándolo-. Maldito negro…
Harried apagó las luces y cerró el local. Era ya tarde y en Queens ya no era seguro esperar más clientes a esas horas. Ayudó a su hermano a subir al coche y se puso en camino.
- Hey negra, por aquí no se va al Village - dijo Butch indignado.
- Qué sabrás tú, has estado allí alguna vez hermanito??
Llegaron a casa de Butch. Vivía en Harlem. Eran las once y media. Ni luna ni viento, calma. Salieron del coche. Butch necesitó la ayuda de su hermana que afortunadamente era corpulenta y fuerte. Entraron en el apartamento, una planta baja en la calle 110.
Harried dejó a su hermano en su sillón y este le pidió una última copa. Era una botella de cien dólares, lástima que estuviese rellena de un bourbon barato. No había hielo, pero él tampoco lo notaría. Pronto dormiría.
Por último, ella sacó de la funda el disco preferido de Butch, el único que conservaba, Charlie Parker tocando Summertime, de Gershwin, 1949, poca cosas mejores…