sábado, 18 de junio de 2011

Devil sent the rain blues

Aquella tarde salió a pasear por el puerto. Caminaba bajo un cielo encapotado y a la orilla de los muelles, hasta que una lejana música le hizo viajar en su mente hacia otros lugares y otros tiempos.

Fue acercándose a ella, escuchándola de forma cada vez más nítida, hasta descubrir a un viejo que, armónica en mano, desgranaba la más pura esencia del blues.

Era una resurrección, un redescubrimiento de aquella música con la que tanto había aprendido y disfrutado, la causante de sus primeros estremecimientos, la culpable de haberle hecho coger una guitarra por primera vez, culpable de toda la angustia posterior de un músico a lo largo de los años, y causante también de los más hermosos momentos de su vida.

Se quedó allí, escuchando a aquel viejo durante un par de horas, hasta que éste guardó sus cosas y se perdió entre la niebla.
Siguió caminando en compañía de todos los recuerdos que aquella música había traído a su mente.

Aquella noche estuvo llena de emociones, las emociones que causa un blues, pero no por ello fue una noche agradable.

El blues siempre trae consigo una copa amarga y te la ofrece, y si es un buen blues la aceptas, a pesar de sus consecuencias.
El peso del blues se posó en su hombro y le recordó cosas terribles, cosas que creía olvidadas y también intentó convencerlo para cosas que el no había planeado, cosas que podían no salir bien, cosas que él tenía dentro pero que no descubrió hasta esa noche.

Aquella copa amarga comenzó una conversación entre su alma y su blues, que naturalmente consiguió convencerlo, porque era un blues de mucho peso.

De vuelta a casa en la madrugada, se unió otra vieja amiga, y siguió caminando con un gran peso en sus hombros, el de su blues y su soleá.

A la mañana siguiente llovía.



Charley Patton's "Devil sent the rain blues"





He dicho.

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