Un servidor en la Ópera de Vichy
Hacía dos meses que no pisaba mi casa... Esta gira me ha llevado durante algunas semanas por Francia y tres semanas más a Madrid... la próxima será en Italia, dentro de tres meses...
Como siempre, la giras se hacen duras... y ahora, ya en casa, es cuando uno empieza a apreciar verdaderamente los momentos que ha pasado durante esas semanas, la gente con la que ha estado y la gente que ha conocido.
Personalmente, aunque por momentos pueda quejarme de los viajes interminables, disfruto este trabajo. Me encanta la sensación de entrar cada día en un teatro distinto, pasar de forma fugaz por ciudades de todo el mundo y conocer y convivir con gente de todo tipo y toda procedencia.
Creo que si este mundillo fuese algo más estable y monótono seguramente no me dedicaría a ello.
Ahora, aunque seguiré dedicándome a lo mismo, se aproxima un cambio importante en mi vida. Vuelvo a La Coruña, a la tierra, con mi gente que siempre está ahí. Con grandes ilusiones y al mismo tiempo grandes temores de esos que siempre lo acompañan a uno, pero bueno, esas cosas siempre están presentes.
Lo único que sé es que necesito ese cambio, porque allí me siento distinto. A partir de ahí, lo que venga habrá que torearlo y cortar orejas por doquier.
De esta gira que ha pasado me quedo con muchos momentos, pero hay uno muy especial, el momento de entrar en la Ópera de Vichy.
Cuando pisas un teatro así es como si te invadiese un pedazo de historia, te sientes parte importante de algo, te sientes privilegiado.
De repente comienzas a sentir como si todos los que han pasado por allí antes siguieran ahí todavía de alguna manera.
Ese grandioso escenario y esa preciosa sala. Han tenido el gusto de mantenerla como antaño de la forma más fiel posible, como si fuera de otro tiempo.
Estás en el escenario, mirando a la sala vacía, cierras los ojos y respiras hondo, y en alguna parte de tu mente ves aquella sala llena de gente vestida de época, damas francesas del 1800 con sus corsés, acompañadas por caballeros de chistera y bastón, recién llegados en su coche de caballos para ver una ópera de Verdi...
Y por un momento fuiste otra persona en otro tiempo, con una sensación de paz indescriptible...
Los camerinos, que a algunos le pueden parecer viejos y terribles, para mi guardaban historia del arte. Probablemente, en alguno de aquellos carcomidos muebles alguna vez posó sus joyas Maria Callas o dejó descansar su pañuelo Lucciano Pavarotti.
Doy gracias a la existencia todos los días por permitirme apreciar lugares como este, en el que además se trabaja maravillosamente bien y antes de que pidas nada ya te lo están dando.
Hay mucha gente que no comprende que uno tenga esas sensaciones simplemente por pisar un lugar determinado, y a esa gente le digo que probablemente no se lo pueda explicar nunca.
Esto me recuerda a aquella vez que un periodista le preguntó a Muddy Watters:
- ¿Señor Watters, qué es el blues?
- ¿Señor Watters, qué es el blues?
Y el maestro, sin pensarlo un instante respondió:
- Si te lo tengo que explicar es que no lo vas a entender.
He dicho.
He dicho.